Genial, después de irnos de la fiesta podríamos
ir a mi casa, allí podríamos hablar y… bueno, hablar. Me moría por conocerla
pero sabía que tenerla en mi casa iba a ser una tentación enorme.
Aún tardamos un rato en irnos de la fiesta.
Solo cuando yo llevaba dos cubatas de más. No recuerdo cuanto rato más
estuvimos. Solo recuerdo algo borroso.
-¿Puedes dejar de beber ya? Tienes que
conducir.-recuerdo que me decía Daniela.
No recordaba nada más de aquella noche.
Me desperté a la mañana siguiente empapado en
sudor, tumbado en mi cama, envuelto en sabanas, y ella estaba a mi lado, me
acerqué y le acaricié la mejilla mientras dormía, solo para rozar mi piel con
la suya y saber que estaba allí de verdad. Contemplé la escena y empecé a
enlazar cabos. No podía ser, no podía haberlo hecho. ¿Me había acostado con la
chica de mis sueños y no lo recordaba? Maldije a cada uno de los 9 cubatas, y a
los que seguramente les siguieron por no recordar nada de lo sucedido la noche
anterior. Por la ventana entraba mucha luz, demasiada. Me envolví con la sabana
y me cerré en el baño mientras sentía un dolor horrible tras los hombros. No
podía estar pasándome ahora. Me miré la espalda en el espejo, unos bultos me
sobresalían de los omoplatos.
-Joder, joder.
De pronto sentí un dolor agudo en mi columna,
me retorcí de dolor y grité. Escuché como se movían mis huesos, como se me
formaban los bultos en la espalda. Caí de rodillas al suelo y apoyé mis manos
en la cabeza. Volví a gritar.
No quería gritar, por miedo a despertarla y
que me descubriera, pero no podía callar el dolor que aquello me causaba.
Unas imágenes tras otras, de esa noche, con
Daniela.
“Estaba borracho como una cuba, llegué al
coche de milagro, riendo y caminando haciendo S. Llegué sin caerme gracias a
ella. Antes de entrar al coche se acercó Carlos y le vi hablar con Dani,
sonreía, sonreía demasiado no sabía si también él iba borracho, pero odiaba esa
sonrisa. Le iba a quitar yo la sonrisa de la cara a ese desgraciado. Me planté
frente a él con ira y le regalé un puñetazo en la cara. Así aprendería a no
meterse donde no le llaman. Antes de subir al coche, recuerdo que vomité en la
puerta del vecino. Conduje hasta mi casa, en realidad, no sé cómo Dani me dejó
hacerlo. Llegamos a mi casa, Tulán estaba durmiendo en su cama, tan solo
levantó una oreja al escuchar la puerta. Iba apoyándome en las paredes hasta
llegar a mi cuarto. Me quité el polo, lo tiré al suelo y me tumbé en la cama
con los pantalones desabrochados. Cuando Dani me vio en aquel estado se debió
de tumbar a mi lado. Yo no la miraba, tenía la vista fija en una pequeña grieta
que se abría en el techo y de pronto me dio el bajón.
-Dani…
-¿Sí?-dijo apartándome un mechón que caía por
mi frente sudada.
- No sé en que estaba pensando… yo solo quería
protegerte, como siempre lo he hecho.- sollocé.
-Y te lo agradezco, pero no deberías haberle
pegado.
-Lo siento, es que no soporto que se acerque a
ti.- me dio hipo.- Me cae mal.
-¿Estás celoso?
Hipé. Me coloqué con los brazos hacia atrás
apoyando mis manos sobre la almohada.
Puse mi dedo índice delante de mi cara y añadí.
-Puede, seguramente, no lo sé, Dani, no quiero
hacerte daño.
-¿Por qué ibas a hacerme daño?
- No sé, no quiero que sufras, no quiero que
lo pases mal por mí.- Solté un gemido. Estaba ardiendo, y no sabía si era a
causa del alcohol o porque me quemaba tenerla tan cerca, allí, en mi cama.
Su expresión mostraba sorpresa.
-¿Estás bien?- me preguntó.
-No.-hipé.-Me quema el maldito alcohol.- volví
a hipar.
Ella rió, aunque lo disimuló, no quería que me
sintiera peor.
-¿Quieres que me vaya y descansas?
-No, quédate conmigo… no te vayas. No te
alejes de mí, no me dejes como me dejaste en aquel sueño, no dejes que me
pierda en mí.
Le tendí mi mano. Ella la cogió. Estaba fría,
la miré. La dulzura de sus ojos me envolvió. Me mojé los labios.
-Hey, Pablo, escúchame, no me iré de tu lado,
estaré contigo el rato que haga falta.
-¿Siempre?-pregunté, notaba que me faltaba
aire y el sudor me caía por los
parpados, me recorría la cara y se deslizaba por mi cuello “eso es
imposible” añadí para mis adentros. Tragaba saliva una y otra vez. Respiraba
rápidamente dejando que mi pecho subiera y bajara tan rápido con cada latido.
Ella puso su mano sobre mi frente, yo seguí su movimiento con la mirada.
-Estás ardiendo, Pablo.
-Da
igual, estoy bien, no te preocupes, pero no te vayas, no me sueltes la mano
nunca.
Ella me pasó la mano por el pelo evitando de
algún modo que sudara más.”
Seguía con imágenes de la noche anterior en mi
cabeza, todo pasó muy rápido. El dolor fue a más. Me metí en el jacuzzi y me
abrí el grifo del agua fría. Me bañé en el agua helada. Sudaba por todas partes
a consecuencia del dolor que sentía. Me ardía la espalda, me quemaba, me
abrasaba. De pronto un crujido, mi omoplato abriéndose. Llamaron a la puerta.
-¿Pablo? ¿Estás bien? He oído ruidos.
Me invadió el pánico. No sabía que contestar
la puerta la había dejado abierta. ¿Y si entrase y me viera en aquel estado? Mi
respiración era agitada y no sabía dónde mirar ni que hacer.
-Sí, estoy bien.- contesté nada seguro de ello,
hundiendo mis hombros en el agua por si entraba.
-¿Puedo entrar?
-¡NO!-grité- m…-pensé algo que decirle para
evitar que entrase.- estoy dándome un baño, ahora salgo.
Escuché sus pasos en la habitación. Suspiré y
me hundí en aquellas aguas heladas del jacuzzi.
“Ella. Solo ella. Mirándome de aquella forma
tan apetecible. Mi corazón. Mi corazón que era de ella.
Jamás llegué a pensar que acabaríamos en mi
cama, ella tan cerca de mí. Podía sentir su aliento chocándome en la cara.
Me coloqué encima y la miré. Ella me miró con
sus oscuros ojos y torció los labios al trazar una sonrisa nerviosa. Me acerqué
y le besé al lado de su boca.
-¿Estás mejor?- me susurró.
- Sí…-me pensé más mi respuesta para aclarar
mis sensaciones.- es como si flotara.
Ella posó su mano sobre mi pecho, brillante
por el sudor. Yo posé la mía sobre su cara y la acaricié. Ella buscó mi mano
con los labios y me besó la palma. Se acurrucó debajo de mí, como si
pretendiera pasar así todo el tiempo del mundo. Yo me acurruqué sobre ella y
coloqué mi cabeza sobre su pecho. Cerré los ojos, la cabeza me daba vueltas.
Pero allí estaban, encontré sus latidos sonando fuerte contra mi oído.
Dani se entretuvo en enredar sus dedos en mi
cabello.
La miré y sonreí.
-¿Tú estás bien?-le pregunté.
-Sí, muy bien.
-Dani…
-¿Sí?
Tardé en contestar pero al fin lo hice.
-Te quiero.-declaré. Ella sonrió. Levanté la
cabeza para ver su reacción, pero se limitó a sonreír.
-Descansa un poco…
-Dani, voy borracho pero aún sé lo que digo.-
apoyé mi mano bajo su cuello y me acomodé más arriba para poder verla mejor. En
un lugar dónde pudiera ver sus labios.- Sé lo que siento.”
Las imágenes siguientes fueron imágenes
rápidas que tan apenas pude analizar.
-¿Te has ahogado?-me preguntó desde fuera.
Abrí los ojos bajo el agua y saqué la cabeza
para respirar.
Me miré la espalda, dónde antes se había
abierto un agujero ahora solo había arañazos, señal de que habían estado allí.
-No, estoy bien, ahora salgo.-miré a mi
alrededor en busca de una toalla.- Mierda…-mi segundo descuido.- ¡DANI!-la
llamé, ella contestó desde el otro lado de la puerta.- ¿Puedes traerme una
toalla? Están en mi armario en la puerta del medio.
Escuché como abría el armario y pocos segundos
después como lo cerraba.
Volvió a llamar a la puerta.
-¿Puedo pasar? Llevo tu toalla.
-Sí, pasa.-miré hacia la puerta y la vi
entrar, llevaba puesto el vestido. Estaba realmente apetitosa con aquel aspecto
tan matutino.
-¿Seguro que estás bien? Tienes mala cara.
-Sí, estoy bien, me duele un poco la cabeza
pero debe de ser la resaca.- mentí.
- ¿Recuerdas algo de lo que pasó anoche?- me
preguntó.
- Sí, bueno, algo.
Ella sonrió y se miró los pies.
-He preparado el desayuno mientras te bañabas.
Me sorprendí. ¿Cuánto rato había estado en el
jacuzzi? Si tanto tiempo había pasado, debería tener los dedos más arrugados
que una pasa.
Me dijo que me esperaba en la cocina y se
marchó del baño. Salí y me envolví la toalla en la cintura. Noté un picor en la
espalda pero no le di importancia. Me miré en el espejo, me caían gotitas de
agua del pelo sobre los hombros. Acto seguido sacudí mi cabeza como un perro,
mojando todo el cristal.
- Mierda…- me dije. Busqué un paño con el que
secarlo mientras me sujetaba la toalla pues se me iba cayendo con cada
movimiento. Una vez hube secado el espejo salí del cuarto de baño y busqué unos
calzoncillos limpios en el cajón. Me quedaban pocos, señal de que había que
poner la lavadora. Cogí también mis pantalones vaqueros y salí a la cocina sin
la camiseta.
-¡Que buena pinta tiene todo!- dije casi
relamiéndome al ver mi desayuno favorito.- Espero que Tulán no te haya dado la
lata ni se haya comido las tostadas.
Daniela miró al rincón donde Tulán dormía como
si fuera una rosquilla.
-No, que va. Es monísimo.
Desayunamos en silencio hasta que no pude
aguantarme y le pregunté:
-Dani… ¿anoche, tu y yo…- tragué saliva.-… nos
acostamos?
Ella empezó a reírse. ¿Dónde encontraba la
gracia en aquella pregunta?
-No, claro que no. Te quedaste dormido como un
bebé.- su respuesta tal vez me decepcionara, pero también me sentí aliviado.
-¿Y no te fuiste a casa?
-No, preferí hacerte compañía, insististe
demasiado.- sonrió.- ¿Hubieras preferido que te dijera que sí?- me sonrió
pícara.
-No, sí, bueno yo… lo preguntaba porque no sé…
no recordaba cosas…
En realidad no sabía si prefería o no que no
nos hubiéramos acostado. Porque por mucho que la quiera no querría acostarme
con ella borracho.
-Si es que ibas muy pedo.-rió.
-¿Qué pasa, no te has puesto nunca borracha o
qué?
Me levanté a llevar mi plato a la fregadera,
de espaldas a ella. Escuché como arrastraba la silla y se acercaba a mí y de
pronto sus brazos me rodearon el torso y apoyó su cabeza en mi espalda, justo
encima del omoplato derecho. Me quejé y ella se apartó. Me di la vuelta para
mirarla, tan rápido como pude. Estaba como sorprendida y asustada al mismo
tiempo.
Y entonces hizo la pregunta del siglo:
-¿Qué te ha pasado en la espalda?
Abrí los ojos como platos y corrí al baño para
ver el estado de mis omoplatos. Le di la espalda al espejo y miré por encima
del hombro. Dónde antes había arañazos ahora había una enorme cicatriz. En mi
mente se creó un debate. ¿Debía contarle mi secreto? ¿Debía saber quién era yo
en realidad?
No, temía estropear las cosas, así que decidí
que era mejor inventarme una escusa, ¿pero cuál?
Entonces escuché su voz detrás de mí:
-¡Ah!- me asusté.- Dani, que susto me has
dado.
-¿Estás bien? Te noto preocupado.
¿Cómo podía conocer tan bien mis sensaciones?
-Sí, no es nada, es algo, que me ocurrió
cuando era pequeño.- deseé que no quisiera preguntar por lo que sucedió.