Después de hablar con Daniela
escuché el timbre de la puerta. Fui y abrí sin mirar por la mirilla.
Delante de mí me encontré al diablo
en persona. Era Carlos con unos ojos encendidos de rabia y odio y una sonrisa
vagamente maligna. Su cabello rubio le caía a mechones por la cara, sudada. Me
miraba fijamente y noté que me atravesaba con la mirada.
Lo había estado buscando durante
mucho tiempo y él me había encontrado. No tenía tiempo para pensar. Él pasó a
mi piso mientras Tulán le mordía los bajos del pantalón.
-¡Quita bicho!- lo apartó con una
patada. El cachorro soltó un gemido y se escondió tras el sofá. Carlos miró a
su alrededor.- Te lo montas bien… bonita casa para vivir… TÚ SOLO.- Se volvió
para mirarme. Su sonrisa no se había desvanecido.
-Te he estado buscando- le dije
apretando los puños haciendo crujir todos los nudillos.
-Aquí me tienes.-dijo separando los
brazos del cuerpo, levantándolos y luego volviendo a dejarlos caer.
-Nuestros padres nos enviaron para
esto, ¿no? Para que yo te destruyera y tú a mí.
-Te equivocas, a mi me enviaron
para matarte y voy a cumplir mi misión.
Su amenaza no me alteró, sabía que
tarde o temprano debíamos luchar ángel y demonio a muerte.
-No en mi casa.
-Está bien.
Se encaminó a mi terraza y saltó
desde ella, yo miré a Tulán e hice lo mismo, sin pensar en que había dejado la
casa abierta para todo el mundo.
Caí de cuclillas con una mano
apoyada en el suelo y busqué a Carlos con la mirada. Corrí por la calle como
nadie nunca lo ha hecho. Invisible para los demás. Ya no me importaba la gente,
ni lo que pensara, ni lo que dijera, solo tenía dos objetivos. Primero acabar
con el heredero del que mató a mis padres y segundo, ir a buscar a Daniela.
No notaba mi aliento porque ya casi
no me quedaba. Despegué del suelo con un salto y no volví a tocarlo.
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