Salí de su casa antes de poder
derramar más lágrimas. Una vez en el replano de la escalera me dejé caer por la
pared, escondí la cabeza entre mis piernas y empecé a llorar.
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Me habría encantado que me lo
contara, me habría encantado poder ser su amiga. Pero no podía ser.
Pablo
Daba vueltas por la casa, sin
acabar de asumir lo que había pasado. Miré a Tulán, como si me comprendiera, se
acercó a mí. Yo me acuclillé y él me pidió que le acariciara, como si me
estuviera dando su apoyo.
Me dirigí a mi habitación y le
pegué un puñetazo al armario. Me maldije. Lo hice por ser quien soy, por tener
que hacer lo que tengo que hacer, por las mierdas de misiones, por enamorarme y
por rechazarle la amistad a la chica de mis sueños. Eran muchas cosas las que
se me pasaban por la cabeza.
No sé qué pasaría ahora, como la
protegería de Carlos, como conseguiría entrar en sus sueños, como conseguiría
guardar su alma. Durante todos estos años ella había dejado las puertas de sus
sueños abiertas de par en par para mí.
No quería ni pensar en cómo serían
las cosas ahora.
Me tumbé en la cama, buscando de
nuevo su olor en las sabanas limpias, pero ya no quedaba rastro, toda su
esencia se había esfumado.
Daniela
Escuché un ruido, procedente de su
casa. Me levanté del suelo, dudé entre llamarle o irme, y pensé que llamarle
después de todo lo que le había dicho era algo idiota así que me fui y traté de
olvidarlo. De olvidar su nombre, de olvidar su voz, su olor, sus ojos.
No podía, no podía olvidarle porque
seguía en mis sueños.
Aquella noche todo estaba negro,
todo estaba apagado, era la máxima oscuridad, sus ojos me miraban, vacíos de sentimientos.
Estaba lejos y no se atrevía a acercarse a mí. Di un paso hacia él y él se
retrasó.
Sus labios se despegaron para
decirme algo que no escuché pero que supe descifrar.
“Te quiero”
Tras esas palabras desapareció en
la oscuridad y yo sentí que caía por un pozo negro que no tenía fondo. Gritando
su nombre, escuchando el eco de mi propia voz. Olvidando más su nombre cada
segundo.
Me desperté. Eran las 5 de la
madrugada. La ventana estaba abierta y las cortinas revoloteaban al compás del
aire. A los pies de mi cama distinguí
una figura. Era una figura humana con unas enormes alas replegadas contra él.
Gateé por mi cama hasta llegar dónde él estaba y le vi la cara. Lo reconocí,
pero no recordaba su nombre.
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