Sentí crujir algún hueso de mi
espalda. Intenté incorporarme.
Mis alas no habían parado el
impacto, habían desaparecido antes de que cayera al suelo. Apreté los dientes
de dolor y me levanté. Una de mis piernas no me respondió bien. Iba a caer de
nuevo, pero me apoyé en la pared. Me observé las manos y las piernas. Las tenía
cubiertas de cortes, por lo que imaginé que en mi cara seguro que también tenía
alguno. Me pasé la mano por la frente y fui frotándome la cara, a la altura de
mi ojo derecho sentí un pinchazo al rozarme.
Levanté la vista y tanta luz me
cegó.
Divisé su figura a lo lejos,
acercándose. Puse una mano sobre mi frente para hacerme sombra y poder verla
mejor.
-¿Dani?
Daniela
Allí estaba él. Apoyado en la
pared, frunciendo el gesto por el Sol, mirándome. Parecía cansado y llevaba los
brazos, las piernas y la cara cubierta de arañazos. Tenía uno que le cruzaba el
ojo, alzándose desde la ceja hasta la parte inferior de su pómulo derecho. Me fijé
también que, ese mismo ojo lo llevaba ensangrentado y en su mejilla reconocí
una lágrima de sangre.
-¿Pablo?
Llegué a escasos metros de donde él
estaba, dejó de apoyarse en la pared y se acercó a mí cojeando.
-Hola.-sonrió, pero sus ojos no
expresaban felicidad. Aquellos ojos tristes todavía expresaban más pena de lo
normal.
Volví a mirarle de abajo a arriba.
Me detuve en sus ojos.
-¿Qué te ha pasado?
Inclinó la cabeza y se encogió de
hombros.
-Ya ves, me ha atacado un
gato.-volvió a sonreír, esta vez parecía que lo hacía con más ganas.
-Me estaba preocupando por ti.- lo
abracé con fuerza, con ninguna intención de soltarle, hasta que el gimió de
dolor.- Desapareciste. Fui a tu casa y no estabas, no te encontraba por ningún
lado. ¿Dónde te habías metido?- le pegué un puñetazo en el brazo.
-Había ido a comprar la comida de
Tulán.
-¿Qué clase de persona se va a
comprar la comida del perro y se deja las puertas de su casa abiertas de par en
par?
El rió.
-Alguien como yo, por ejemplo.-
sonrió de medio lado.- Lo siento, me había despistado, olvidé que estaba la
puerta de la terraza abierta y con la corriente no se acabó de cerrar la
puerta. Siento haberte preocupado.
Volví a abrazarle.
-No lo hagas más.
Y de pronto
noté como se dejaba caer entre mis brazos. Como si estuviera tan débil que no
pudiera ni dar un paso más.
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