-Dani, no puedo contarte mi secreto,
una vez le prometí a alguien que no lo hiciera. Y sí lo hiciera…
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-¿Si lo hicieras, qué?
Estaba sentado en el sofá del
salón, un sofá muy cómodo, pero que en aquella situación me pareció de lo más horrible.
-Lo siento, Dani, si te lo contase
tu vida correría peligro.
La miré directamente a los ojos.
Ella me miraba como si fuera capaz de hipnotizarme. Entrecerró los ojos, como
si estuviera creciendo en su interior un odio sobre mí.
-No me lo vas a contar, ¿verdad?
Agaché la cabeza.
-No puedo hacerlo.- entristecí.
Todo se estaba poniendo difícil, para ella, para mí. Entendía que ocultando cosas
no se arreglaba, pero no quería ponerla en peligro.- Dani, escúchame…- ella me
interrumpió.
-No, no quiero escuchar más
escusas, Pablo.- parecía disgustada.
-Eres demasiado importante para mí,
no arriesgaré tu vida por la mía.
Sus ojos se empañaron, lo míos
estuvieron a punto de hacerlo. Recogió sus cosas y se decidía a marcharse. La
detuve cogiéndola de la mano y volviéndola hacía mí. Me miró a los ojos. Sus
ojos, tan tristes, mostraban desilusión.
-Dani, sé que no es fácil, ni para
ti, ni para mí, pero creo…- suspiré y tomé aire para poder decírselo.-…creo que
no podemos ser amigos, yo no puedo contarte esto y tú no soportas que no te lo
cuente. No quiero que me odies, solo espero que algún día entiendas…
-No entiendo nada, Pablo. Déjame.-
me sacudió el brazo tratando de escapar de mi mano, pero no la dejé, la apreté
con fuerza.
-No me hagas esto, Dani…- Mis ojos
se humedecieron.-… Dani, por favor, no quiero perderte…
Ella volvió a sacudirse y esta vez
la solté, me miró, fueron unos segundos intensos, en los que mi mirada le
suplicaba a la suya que no se fuera y ella… ella lo era todo para mí. En aquel
momento sentí que había llegado el final de toda una vida. Toda una vida
soñando con ella, protegiéndola, luchando para que no le pasara nada. Si ella
supiera la más mínima cosa de las miles que he hecho para mantenerla a salvo no
estaríamos así, pero no podía, ojalá algún día pudiese, pero hoy la estaba
perdiendo. Ahora estaba perdiéndola tan rápido que no me daba ni cuenta de que su
mano ya no rozaba mi mano, ni de que su cuerpo ya no me quemaba porque estaba
cerca, pero la sentía muy lejos. Daniela se secó las lágrimas de los ojos y
dijo con decisión:
-Adios, Pablo.
La perdí.
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